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CINCO RIMAS DE GUSTAVO ADOLFO BÉCQUER (1836 - 1870)

  • Foto del escritor: Antonio Sotelo
    Antonio Sotelo
  • 8 jun 2020
  • 2 Min. de lectura

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Rima LIII

Volverán las oscuras golondrinas

en tu balcón sus nidos a colgar,

y, otra vez, con el ala a sus cristales

jugando llamarán;

pero aquéllas que el vuelo refrenaban

tu hermosura y mi dicha al contemplar,

aquéllas que aprendieron nuestros nombres...

ésas... ¡no volverán!

Volverán las tupidas madreselvas

de tu jardín las tapias a escalar,

y otra vez a la tarde, aun más hermosas,

sus flores se abrirán;

pero aquéllas, cuajadas de rocío,

cuyas gotas mirábamos temblar

y caer, como lágrimas del día...

ésas... ¡no volverán!

Volverán del amor en tus oídos

las palabras ardientes a sonar;

tu corazón, de su profundo sueño

tal vez despertará;

pero mudo y absorto y de rodillas,

como se adora a Dios ante su altar,

como yo te he querido..., desengáñate:

¡así no te querrán!

Rima LII

Olas gigantes que os rompéis bramando

en las playas desiertas y remotas,

envuelto entre la sábana de espumas,

¡llevadme con vosotras!

Ráfagas de huracán que arrebatáis

del alto bosque las marchitas hojas,

arrastrado en el ciego torbellino,

¡llevadme con vosotras!

Nubes de tempestad que rompe el rayo

y en fuego ornáis las desprendidas orlas,

arrebatado entre la niebla oscura,

¡llevadme con vosotras!

Llevadme por piedad a donde el vértigo

con la razón me arranque la memoria.

¡Por piedad! ¡Tengo miedo de quedarme

con mi dolor a solas!

Rima XVI

Cuando me lo contaron sentí el frío

de una hoja de acero en las entrañas,

me apoyé contra el muro, y un instante

la conciencia perdí de dónde estaba.

Cayó sobre mi espíritu la noche

en ira y en piedad se anegó el alma

¡y entonces comprendí por qué se llora!

¡y entonces comprendí por qué se mata!

Pasó la nube de dolor... con pena

logré balbucear breves palabras...

¿Quién me dio la noticia?... Un fiel amigo...

Me hacía un gran favor... Le di las gracias.

Rima III

En la clave del arco mal seguro

cuyas piedras el tiempo enrojeció,

obra de cincel rudo campeaba

el gótico blasón.

Penacho de su yelmo de granito,

la yedra que colgaba en derredor

daba sombra al escudo en que una mano

tenía un corazón.

A contemplarle en la desierta plaza

nos paramos los dos.

Y, ese, me dijo, es el cabal emblema

de mi constante amor.

¡Ay!, es verdad lo que me dijo entonces:

verdad que el corazón

lo llevará en la mano... en cualquier parte...

pero en el pecho no.

Rima X

Los invisibles átomos del aire en derredor palpitan y se inflaman; el cielo se deshace en rayos de oro; la tierra se estremece alborozada; oigo flotando en olas de armonía rumor de besos y batir de alas; mis párpados se cierran... ¿Qué sucede?

– ¡Es el amor que pasa!

 
 
 

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